PEDRO PÁRAMO
PEDRO PÁRAMO
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le
prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella
estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo −me recomendó. Se llama de
este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino
decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó
trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
−No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en
que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
−Así lo haré, madre.
Parecía que me hubiera estado esperando. Tenía todo dispuesto, según me dijo haciendo que la siguiera por
una larga serie de cuartos oscuros, al parecer desolados. Pero no; porque, en cuanto me acostumbré a la
oscuridad y al delgado hilo de luz que nos seguía, vi crecer sombras a ambos lados y sentí que íbamos
caminando a través de un angosto pasillo abierto entre bultos.
−. . .Ese sujeto de que te estoy hablando trabajaba como "amansador" en la Media Luna; decía llamarse
Inocencio Osorio. Aunque todos lo conocíamos por el mal nombre del Saltaperico por ser muy liviano y ágil
para los brincos. Mi compadre Pedro decía que estaba que ni mandado a hacer para amansar potrillos; pero lo
cierto es que él tenía otro oficio: el de "provocador". Era provocador de sueños. Eso es lo que era
verdaderamente. Y a tu madre la enredó como lo hacía con muchas. Entre otras, conmigo. Una vez que me
sentí enferma se presentó y me dijo: "Te vengo a pulsear para que te alivies." Y todo aquello consistía en que
se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los
brazos, y acababa metiéndose con las piernas de una, en frío, así que aquello al cabo de un rato producía
calentura. Y, mientras maniobraba, te hablaba de tu futuro. Se ponía en trance, remolineaba los ojos
invocando y maldiciendo; llenándote de escupitajos como hacen los gitanos. A veces se quedaba en cueros
porque decía que ése era nuestro deseo. Y a veces le atinaba; picaba por tantos lados que con alguno tenía que
dar.